¿Te acordas de cuando hablábamos del futuro,
de ese entonces en que vos creías que había que asumir la adultez
y construir un proyecto en un lugar tranquilo,
mientras yo -un poco confundida-
estaba obsesionada con la idea de hacer,
exprimiendo la juventud
y trabajando en ese modo de vivir que hoy veo tan lejano?
Los objetivos eran tantos,
que bien me advertiste de no tener en claro
que quiero de mi vida
y pum
se bifurcaron extremamente nuestro caminos,
como todo se bifurca en este mundo.
Tenías razón.
Pero hoy,
hoy tampoco tengo en claro nada.
El futuro no lo veo de ningún color,
porque simplemente no lo veo,
no me lo imagino.
Hace tanto que no me lo imagino.
Pregunto, sin querer caer en un tono acusatorio:
¿vos te lo imaginas,
vos, hoy, tenés en claro qué querés de tu vida?
¿es posible, en este mundo de hoy,
saber cómo se quiere vivir la vida,
cómo pensarse a mediano o largo plazo?
Hace diez años identificaba en mi
esa madurez equilibrada de la que nos habló Paco Urondo,
esa madurez “capaz de enloquecer a cualquiera o aburrir de golpe”;
hoy abrazo bastante
una inmadurez que a veces me avergüenza
y otras veces me hace sentir un poco más viva,
quizás porque me aburrí de golpe,
por suerte no creo haberme enloquecido.
Busco el sol,
todo el tiempo busco el sol,
la naturaleza,
la risa,
lo simple,
lo cálido,
busco entrenar mi cerebro,
pero equilibrando esa búsqueda con un off de pensamientos.
A veces, muchas veces,
siento culpa, no te puedo decir que no,
pero siento que vivo una vida
con ganas de ser vivida,
pese a no saber
qué hay mañana,
hacia dónde voy,
cuál es la responsabilidad que debería seguir.
Te pregunto, de nuevo te pregunto,
¿vos llevas una vida con ganas de ser vivida?
Lo pregunto, porque si me quedo lejos,
es porque me imagino que sí,
me da lastima ni siquiera verla,
a veces querría acercarme,
verla, estar cerca,
saber si tu vida y la mía
efectivamente no tienen nada que ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario