domingo, 27 de septiembre de 2020

El entrepiso en soledad

Ya está, nos dijeron. El pasillo, al lado de los ascensores, cobró otra dimensión. Todo parecía borroso y me empezó a latir muy fuerte el pecho, mi respiración había cambiado. Veía un montón de caras conocidas, pero no quise zambullirme en ningún abrazo.

Rápidamente identifiqué el cartel verde de las escaleras que decía SALIDA y bajé dos o tres pisos de la Clínica Favaloro. Me senté en un entrepiso y llamé a papá: se murió Lucas, informé. Corté el teléfono y me encontré con un silencio que aturdía.

Mi corazón me mostraba una sensación desconocida, el calor subía por mi cara, mientras un sudor frío recorría mi espalda. De a poco empezaron a caerme lágrimas, silenciosas y desenfrenadas. Lloraba sola, fuera de tiempo y espacio. No lo hice con ganas ni montando el espectáculo de siempre; lloré con calma y desolación, por los ojos, la nariz y el cuerpo, hasta lograr compostura y volver al piso 14. 


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