Qué distinto es el infierno de lo que nos dicen que es, otra vez estas cuatro paredes...
Recién vino Clarita a despertarnos y darnos la primera medicación del día. Dale, a ver, levantá la lengua, me dice y como ve que estoy cumpliendo me desata las manos y los pies de la camilla.
Al lado mío está Juana, hoy parece que tampoco va a ser un día fácil para ella, no quiere tomar las pastillas y se levantó histriónica como nunca. Me siento un poco mal al verla y juzgarla, porque yo a veces también me pongo así y sé que es lo que nos tocó, lo que nos sale, no lo podemos controlar. Es lo más cercana a una amiga que tengo acá adentro, pero yo estoy abstraída y ella está rebelada contra este lugar. Hay días que me pasa, cada vez menos. Hoy, de nuevo, la dejan atada.
— ¿Tenés ganas de ir al taller de manualidades? -me pregunta Clarita, que es la única acompañante que nos trata como personas-
— Sí, hoy me siento con ganas -le confieso-, tengo ganas de seguir con el regalo de mi hija, que dentro de poquito cumple 9 años.
—¡9 años, qué grande debe estar!
Me dan ganas de llorar cuando pienso que mi hija está grande y no la veo. Mientras Clarita me ayuda a vestirme, voy pensando en cómo me perdí de este año tan distinto para mi hija, cómo se sentirá con su papá, qué pensará de mí. ¿Estará enojada? ¿Me odiará? Muchas veces creo que me odia, además de tenerme miedo. Sé que tiene miedo, porque una de las últimas veces que la vi me lo dijo. Por eso, sé que tengo que estar lejos de ella, tengo que mejorar para que no me tenga miedo, tengo que salir bien de acá para verla crecer y que no me odie.
Me repito, una y otra vez, mientras miro a mi alrededor, las ganas que tengo de vivir, de salir de acá, de estar bien. Es curioso cómo los distintos humores de cada día nos hacen enfrentarnos a la cotidianidad de modos radicalmente diferentes. Creo que hoy no me molestan los gritos, las peleas, los llantos o las locuras. Las locuras que yo también tengo.
Estamos atravesando procesos en este lugar. ¡A veces son tantos! ¡A veces la vida se vuelve tan vacía y sin sentido! Siento que estoy yendo hacia algo mejor. Me gustaría que mis hijos más grandes me viniesen a ver hoy, que vean que no soy la misma, tampoco soy la de antes de estar enferma, pero ya no estoy como en esa etapa. Ellos no me tienen miedo, me entienden más, pero a veces también me odian, por eso se alejan, por eso me dejan sola. Quiero vivir, quiero vivir, quiero vivir, hijitos míos...
Pero cómo hacerles entender esto, mi mente se aleja unos meses atrás y no creo posible haber hecho eso. Intento clarificar el momento en que me escapé de mi propio hijo para ir a la farmacia, comprar los medicamentos y... ¿después? ¿Qué sigue después? Como siempre, se me nubla todo una vez más… Quiero llorar de nuevo, tengo que pensar en otra cosa. Pero vuelvo de nuevo a esas pastillas, que a veces no quiero tomar y otras veces quiero tomarme todas para no pensar. Como esa vez, esa vez que me metí tantas pastillas para dejar de sentir...
Qué vergüenza, no puedo tener otra cosa que vergüenza, de que mi hijo -ese hijo que también ha querido morir-, haya tenido que encontrarme así, llena de sangre, creyendo que perdiendo lágrimas y sangre iba a encontrar la paz que nunca llega. También le tocó aquella otra vez, no sé si la peor pero sí de las peores, cuando entró corriendo al departamento de Thames y llegó a agarrarme justito mientras me sentaba en el marco de la ventana de aquel piso 10. Pero él sigue cuidándome, va como un lobo contra el mundo para defenderme, es el único que siempre me creyó. Pero está cansado, ya no me cree tanto y eso es lo que más triste me pone.
Ahora ya no tengo ganas de nada, no me sirven estas pastillas, no me alcanzan. Se me fueron de nuevo las ganas de vivir, esta cabeza de porquería que con los pensamientos de mierda inundaron todo, de nuevo. ¡Y justo ahora que está quedando lindo el diario para mi hija! Si no se lo dejo así, que le quede esto, ya está, ya veré, quizás ni siquiera le gusta. ¿Qué le gustará? ¿Qué te gustará, hijita?
Me están mirando, todos me miran, los que yo miraba hace un rato en cada uno de sus shows. Ahora soy yo la que está dando la función de llanto.
— Vamos, tranquilízate.
— No, no, no, ¡¡¡déjenme!!!
— Dale, vení, es por tu bien... Abrí la boca. -Me dice Rosario, la enfermera que me odia, mientras me agarran entre tres-.