domingo, 27 de septiembre de 2020

El entrepiso en soledad

Ya está, nos dijeron. El pasillo, al lado de los ascensores, cobró otra dimensión. Todo parecía borroso y me empezó a latir muy fuerte el pecho, mi respiración había cambiado. Veía un montón de caras conocidas, pero no quise zambullirme en ningún abrazo.

Rápidamente identifiqué el cartel verde de las escaleras que decía SALIDA y bajé dos o tres pisos de la Clínica Favaloro. Me senté en un entrepiso y llamé a papá: se murió Lucas, informé. Corté el teléfono y me encontré con un silencio que aturdía.

Mi corazón me mostraba una sensación desconocida, el calor subía por mi cara, mientras un sudor frío recorría mi espalda. De a poco empezaron a caerme lágrimas, silenciosas y desenfrenadas. Lloraba sola, fuera de tiempo y espacio. No lo hice con ganas ni montando el espectáculo de siempre; lloré con calma y desolación, por los ojos, la nariz y el cuerpo, hasta lograr compostura y volver al piso 14. 


domingo, 3 de mayo de 2020

Es que no entiendo si estamos en una competencia o si se está destilando odio descomunal.
Nunca pude entender esa necesidad que algunas personas sienten por enojarse, resentirse o creerse ninguneadas por el reconocimiento a otras.
Sí, podemos pensarlo en términos salariales.
Pero es un fenómenos que se observa también en términos morales.
Qué es eso de hacer competencia, pegarnos a codazos o intentar destacarnos sólo por el reconocimiento de lxs de arriba.
¿Acaso se perdió el deseo por la legitimidad de los pares?
¿O es que acaso, aún peor, hay quienes no quieren concebir a la compañera o al compañero como par, al laburante como igual?
¿Es tan importante en serio, que tracemos categorías, dividamos nuestras profesiones, nuestros oficios, nuestras labores; para utilizar esa división como arma contra el de al lado?
Es que en serio no lo entiendo. Me parece un fenómeno de lo más extraño.
Entiendo que peco de utópica
al pretender que todas y todos podamos tener los mismos derechos,
el mismo acceso a cuestiones tan pero básicas.
Pero, ¿no es un poco mucho esta necesidad latente
de compararnos los unos con los otros,
esperar que a mi me vaya mejor a costa de que al otro le vaya peor;
o pretender que si a mi no me va que al otro tampoco le vaya?

Pensándolo en términos materiales,
yo creo que seguimos viviendo en un mundo
dividido entre los que trabajamos,
y los que viven (se enriquecen) con nuestro trabajo.
Ojalá hagamos el esfuerzo de entender
el complejo plano estructural de quienes manejan el capital
pero muy lejos están de nuestra vida real.

Lo que me angustia,
me duele en términos de civilización,
en términos de cultura.
Si quieren en términos espirituales,
que en definitiva, para comer, para vivir
somos mayoría quienes necesitamos de nuestra fuerza de trabajo.
¿Entonces, en serio, qué carajo nos diferencia?
  

miércoles, 29 de abril de 2020

En 2079

Dicen que hoy pasó cerca nuestro un asteroide, que volverá a pasar un poquito más cerca en 2079. En 2079, si estoy viva, voy a tener 89 años. Seguramente no habitarán este planeta la mayoría de las personas que hoy quisiera abrazar. El futurismo que puede hacerse para ese entonces es incierto.

¿Qué males nos van a aquejar?
¿Estaremos sometidos a guerras bacteriológicas, ordenados por el dinero y entregados al descarte?
¿Acaso nos convertiremos en individuos cada vez más alejados de lo vincular o, por el contrario, aprovecharemos alguna oportunidad histórica para creer en la fuerza de lo vincular y de lo colectivo?

Me gusta pensar que cuando el "Asteroide 1998" vuelva a pasar por nuestro planeta,
estará habitado por seres humanos que quieran con más profundidad,
que convivan en un ambiente con mayor armonía y respeto,
donde todo sea más verde, con más colores,
que acepten que la cultura se transforma
y que mientras se la defienda,
será reproductora de arte,
de creatividad,
de "alimento para el alma".

Quiero pensar que aprenderemos a resolver los problemas de forma estructural,
que pensaremos la liberad en otros términos, 
¿qué es ser libres?
Creo y sueño con la profundidad de las personas, 
pienso en las playas, ríos y bosques que quedan por conocer, 
en las flores por descubrir, 
en los libros por leer que atrapen y hagan volar, 
en nuevas sensaciones por sentir.

Pienso, voy y vengo, pero sueño, sueño y sigo soñando. La utopía no la voy a perder, que a mi Galeano me enseñó que sirve para caminar.

jueves, 23 de abril de 2020

Sube y baja cuarentenal

Ya no sé ni qué número de día conviviendo conmigo misma. Duermo poco, la soledad me ha convertido en una persona más disciplinada que "en la vida normal". A veces me miro las manos, respiro profundo, miro el sol, escucho el sonido. Pienso que por mis venas corre sangre, corre oxigeno, corre vitalidad. Y acá estoy. Encerrada. Los días suceden así. Para mi sorpresa, me quede (nos quedamos) sin palabras y sin alcance sobre los fenómenos de lo que pasa afuera. Y los miles de millones condenadas y condenados a más miseria. Y la miseria profundizada por un enemigo hoy invisible, pero a futuro no tan invisible. Qué hacemos con eso. Mientras tanto miro cómo nos vigilamos, cómo nos condenamos, cómo nos castigamos. Igual hay días que me despierto utópica, siempre con la premisa de que toda crisis es una oportunidad para los pueblos. Hay días que siento profundo orgullo por nuestro país, pero a decir verdad también hay días en que siento profunda impotencia y reconozco que masivamente hemos caído en una comodidad que este virus sólo ha venido a graficarlo, no es que la ha generado. Tonta no soy, entiendo la limitación propia del confinamiento, hablo de otra cosa. Los más tristes son los días en que la humanidad decepciona, angustia, provoca rabia. Enoja que el nuevo orden mundial se pueda llegar a determinar por miles de millones de sumisiones individuales (individualistas). No quiero ser cruel. Subo, bajo, me estabilizo. Me conecto, me desconecto. Intento abrazar virtualmente y después me enojo con la virtualidad. Quiero vínculos reales, basta de tecnología. Ay, pero los días buenos, qué lindos son los afectos y cómo incluso de forma virtual te levantan. Arriba. Abajo. Conectada. Desconectada. Enojada. Contenta. Sigo, como todes, en mi micromundo. Solo me queda desear que el invierno no nos saque el sol, que es el que siempre nos renueva la esperanza. Somos eso. Solo queremos ver el sol brillar. 

martes, 14 de abril de 2020

Otoño pandémico

Extraño tu olor,
tu voz enternecedora de la mañana,
tus historias,
tus chistes,
tus reflexiones,
tus abrazos,
tu inconsciente dormido
queriéndome un poquito más
de lo que me podes querer.

Este otoño pandémico,
esa distancia,
ese silencio,
llegan con el frío
que pareciera estar llegando
para olvidarnos que existió la calidez.

Este otoño pandémico,
quizás,
sirve para entender
que a veces esta mal extrañar
lo que nunca nos perteneció.

Quizás sirve
para finalmente abstraernos
y olvidarnos.